lunes, 28 de abril de 2014

12- A CADA CAMPANADA

        Empezaba el año 2013... Una entrada de año bien merece una tarta fondant ¡y de dos pisos! Era un año con número feo, al menos para mí, quien a pesar de intentar mantenerme alejada de las supersticiones y de la ignorancia que las sustenta, no sería sincera si no reconociera que una ligera punzada de inquietud me recorre cada vez que siento cerca alguna de estas ridículas creencias. Inevitablemente me acuerdo de mi adorable abuela, de quien las aprendí todas y añoro todos aquellos consejos cuyo recuerdo esboza en mí una dulce sonrisa. Y para mi mayor convencimiento, y con ello, agravamiento de mi incultura, se cumplió la maldición del número tabú y 2013 fue un año ingrato y triste. Y a pesar de su dureza aún debo estar agradecida por los buenos momentos que también vivimos, los más, y porque el curso de la vida me muestra a pesar de este inclemente año un camino de felicidad y de esperanza.
     Pero aquel 31 de diciembre de 2012, mientras bailábamos en casa de mi hermana con aquella lámpara de discoteca comprada en un "chino" , la tarta del año 2013 causó furor, pues realmente era bonita, alegre y elegante.  
    Quizá quedó tan bien porque fue recogiendo, a medida que la iba haciendo, todos los sentimientos que irremediablemente se van generando en mí a lo largo del último día del año: alegría, emoción, recuerdos, cerrar los ojos y pedir deseos... Recuerdo los "añoviejos" de antes de morir mi madre muy divertidos, alegres, disparatados, ¡¡increíbles!!.... Todos los de después, más de treinta, han sido sin excepción, emotivos, pausados, contenidos y dolientes. Los recuerdos ya no afloran pero la cicatriz del corazón se resiente a cada campanada y se hace más profunda a medida que otros seres muy queridos van dejando copas vacías en el brindis de Año Nuevo. Las copas de los nuevos no rellenan las ausencias. Ese champán se evaporó y al esfumarse, ya nunca más podrá ser bebido.  No obstante, lucho porque todo ello vaya envuelto en una capa de turrón duro, inquebrantable, de alegría y confianza, sentimientos que intento contagiar a todos los que quiero, a mis hermanos, quienes sé gustan del mismo turrón que yo,  y que en algunos momentos de esta mágica noche llego a sentir auténticos y espléndidos, especialmente cuando miro a mis hijos. Y entonces cierro los ojos y  me covierto en el dulce turrón de Jijona, Calidad Suprema. Y a cada campanada la ilusión va creciendo y la vida vuelve a sonreír de nuevo.

      Y allí estaba yo, haciendo mi tarta a medida que en televisión se sucedían los especiales típicos de fin de año... Era bonito ir modelando hojas de acebo a cada imagen emitida. Compré un cortador de estas hojas y he de decir que es tan agradecido que todos aquellos que os guste esta repostería debéis tenerlo sin dudarlo. El dibujo de los nervios del haz de la hoja quedan perfectos y el resultado es espectacular. Una vez que tienes varias hojas hechas, si modelas bolitas que hagan las veces de las bayas rojas toma una apariencia muy real y sea cual sea el diseño son muy llamativas. El mío lo copié de una foto de internet... como siempre, la red aporta grandes ideas. Fui así modelando hoja a hoja hasta cubrir la tarta a modo de círculo interior sobre fondo blanco.
    El contraste de colores era perfecto. Cuando en principio pensé que ya estaba casi acabada decidí rematarla bordeándola con una especie de bies comestible. Pero este dulce bies no se cortó en diagonal, sino en línea recta con un magnífico y simple cortador que hace tan sencillo conseguir formas bonitas. En el trozo de unión de la tira colocqué un lazo rojo hecho en un molde de silicona. Es una solución rápida pero nada que ver con un lazo de fondant bien trabajado. No me convenció pero tampoco había tiempo para más.



        Una vez que acabé la tarta me parecía poco y como aún quedaba día por delante, decidí hacer otro piso y este iría indudablemente debajo, pues el aspecto de la tarta era tan bonito que merecía un podium. O quizá lo que en realidad ocurría es que tenía unas ganas locas de usar otro cortador con forma de árbol de Navidad. Y es que esta época es tan corta que no te da tiempo a usar todos los artilugios que con tanta ilusión compramos algún tiempo antes quienes aún creemos en la belleza y la magia de esta época a pesar de los años, quienes aún dejamos agua y pan para los camellos, quienes aún cantamos villancios,  quienes aún limpiamos los zapatos...Y alguna manera tenía que encontrar para poder hundirlos en el fondant y retirar sus bordes con la ilusión infantil de ver el resultado...¡fantástico! ¡auténticos árboles de Navidad que se fundieron uno a uno en el fondant blanco que encerraba un riquísimo bizcoho marrón de chocolate y mermelada de frambuesa... una delicia!

       Por último y a pesar de mis dudas, decidí poner el año entrante en lo alto de la tarta. Usé para ello los moldes de letras, pues no tengo de números, y no quedaron perfectos pero sí pasables. 
       A todos les encantó esta tarta, era preciosa, aunque yo no debiera decirlo, y disfrutamos de la dulzura de cada uno de sus trozos, mucho más melosos que algunos de los tragos que nos hizo saborear aquel 2013. Cuando este año terminó, en la medianoche del último 31 de diciembre, ante otra tarta fondant muy divertida que espera pacientemente a ser narrada, no brindé por el comienzo del nuevo año sino por el fin de aquel.

domingo, 16 de febrero de 2014

11- CORRE, FORREST, CORRE!!


    Resulta difícil publicar de nuevo una de mis tartas cuando una de las personas cuya opinión más me importaba, de las que más anhelaba su crítica, ya no puede dármela...Escribí este trocito de vida hace más de cinco meses y después quedó suspendida en el aire, detenida en su camino, cayendo despacio como los bellos copos de nieve que mecidos en su espesura tardan mucho en caer y cuando lo hacen se acurrucan en un trocito de asfalto, preparados para derretirse con el sol de la mañana. Igual que ellos este trozo de vida ha tocado suelo y siento que debo al fin publicarlo y que ha de ver la luz tal y como lo escribí entonces, preparado para fundirse en los ojos de quien quiera leerlo, como el humilde copo. Le dedico a MªÁngeles esta y todas mis tartas posteriores, pues siento que desde algún lugar me seguirá ayudando a escribir y me animará a creer que merece la pena intentarlo, como siempre lo hizo.
     Por todo tu cariño, por todo tu apoyo, siempre, gracias.


¡¡CORRE, FORREST, CORRE!!

    A veces le llamo Forrest desde que se instaló en él esta fiebre loca por correr. Una fiebre que no parece remitir nunca y que, lejos de producirle dolencia alguna, le proporciona un placer difícil de entender para aquellos a los que como a mí, el deporte nos pilló algo a traspiés y nos quedó un poco lejano...Como dijo Forrest cada uno saborea en la vida los bombones que le tocan y a mí me tocaron muchos con sabor a música y a estudio y muy pocos con sabor a  meta y a gimnasio. De los de chocolate amargo también, como todos, saboreé algunos y quizá aún me queden, pues parece ser que los de este tipo no se acaban nunca...
   Mientras comento esta tarta, mi marido está entrenando para hacer su cuarto maratón. La hice precisamente para celebrar el tercero, hace aproximadamente un año. Fue en Valencia. Y en esta ocasión no pude acompañarle. Me quedé en casa y como no podía perseguirle por toda la ciudad hasta el final como en otras ocasiones, me conecté a internet y pude observar la llegada de todos los corredores en directo. Había una cámara magnífica instalada en la meta. Sin embargo, la conexión se cortó durante dos minutos cuarenta segundos. Después de llevar pegada al monitor examinando millones de personas imposibles de identificar por la mala calidad de la imagen, con la esperanza de que fuera él, sería muy mala suerte que cruzara la meta justo en esos dos minutos, casi imposible, ¿no? Pues efectivamente, así fue. Una injusticia similar a cuando llegué cuatro minutos tarde en el maratón de Madrid después de recorrerme en metro y corriendo toda la ciudad con mis tres hijos...Teniendo en cuenta que a la primera meta llegué por los pelos después de pegarme un sprint de los que hacen época atravesando como una loca por el medio de la Ciudad de las Ciencias un sinfín de caminos de tierra que terminaron justo a tiempo de poderle hacer una foto acariciando el arco de llegada...había cumplido su sueño...el primero.
   Así que decidí que ya que no había podido ver su llegada a la meta, haría especial su llegada a casa. Y cómo no, qué mejor que una tartita conmemorativa. Se me ocurrió rápido, tenía el fondant pues no eran necesarios colores muy especiales pero me faltaba algo simbólico...su zapatilla!! Así que fui corriendo al zapatero y cogí zapatillas de cuatro modelos diferentes. No sabía cuál elegir y después de mucho observarlas decidí quedarme con la que que a priori parecía más sencilla de hacer. Y sí, volví a hacer una de las mías, elegí de todas ellas ¡¡una zapatilla de tenis!! ¡Todas las demás eran de correr! Pero ya he explicado que mi relación con el deporte es algo escasa y desconocía ese pequeño detalle. Me la llevé a la cocina y la coloqué sobre el radiador y fue mi modelo inspirador durante todo el día.
Hice mi bizcocho habitual en un molde rectangular y a partir de él comencé a cortar trocitos y a modelarlo hasta que empezó a tener el aspecto de una zapatilla. Y poco a poco, gracias al fondant, fue cobrando vida.



   Y después, fui colocando poco a poco la lengüeta, las tiras y los pequeños detalles que la hacían más real. Me costó mucho hacer las tiras traseras, esos pequeños detalles tontos que siempre hay en una de estas tartas y que parecen sencillos y después te llevan tanto tiempo. Por último elaboré los cordones. Fue lo mejor porque al colocarlo sobre la zapatilla le transmitió su autenticidad. Le dibujé costuras y arrugas de uso con la ayuda de un simple tenedor y quedaron muy reales.




   Y entonces sólo faltaba ponerle un número, el del tercer maratón,  y un nombre. Y así quedó.


  A veces me cuesta encajar que le apasione tanto irse a correr, especialmente cuando se va por la noche, al volver de trabajar. Sin embargo creo que he llegado a entender sus razones. Después de mucho escuchar cuáles son sus sensaciones cada vez que hace una de estas carreras creo que sé lo que piensa. Siente  que a lo largo de esos inacabables 42 kilómetros va persiguiendo un sueño y sabe que si atraviesa la meta lo conseguirá y podrá casi tocarlo, como los leprocones cuando llegan al arco iris...pero sin olla con monedas de oro al otro lado... Y es ese empeño el que le anima a seguir corriendo, a vencer las dificultades, a superar los obstáculos, a ignorar el dolor, a querer dar otro paso cuando ya no se puede más, a pensar que a pesar del esfuerzo merece la pena, a apoyarse en los que le quieren...vaya...suena como la vida...

    En esta ocasión hice unas fotos graciosas. Hay quien no ha llegado a creerse que una de ellas es una tarta, aunque es evidente que son diferentes. Me lo pasé bien enseñando estas fotos, quedaron curiosas.





Se llevó las manos a la cara en señal de sorpresa cuando vio su tarta encima de la mesa de la cocina al llegar a casa. A pesar de que fuera de tenis...Valió la pena hacerla solo por eso. Mis hijos se encargaron enseguida del resto...



 A mí lo que más me gusta de esta zapatilla es que mi vida encaja a la perfección en su horma, en esa talla y en ese modelo, y eso hace que me sienta cada día como Cenicienta. Sin embargo, conmigo cambió el cuento, pues en el mío, el hechizo no acaba a las doce!! Así que...¡Corre, Forrest, corre!, no me importa perderte a ratitos, pues en cada zancada que das mi vida va en tu zapatilla y a cada meta que llegas un trocito de mis sueños también se cumple con los tuyos...


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jueves, 18 de julio de 2013

10- SIQUIERA DOS O TRES NOTAS...

   Cuando mi hermano toca el timbre de la puerta de nuestra antigua casa,  Elena se aferra a él y esconde su carita  en la curvatura de su cuello, que la acoge, protector y cómplice. Es un timbre de esos viejos, redondo y negro, con un círculo menor en el centro de color burdeos que al presionarlo produce la llamada. Aún puedo escuchar ese sonido con total nitidez si me lo propongo y en algunos momentos puedo sentirlo tan intenso que me hace ensordecer y quedar atrapada durante un instante en mis más tiernos recuerdos. La puerta es enorme, una puerta señorona y de mucho peso, como todo lo que guarda a buen recaudo tras su funda acolchada a rombos de color beige clarito, rematada por millones de chinchetas doradas que la bordean sujetándola. Al abrirse deja ver un recibidor muy amplio y 4 o 5 personas que siempre están ahí recibiendo al que llega. Esa puerta protectora, tras la cual se esconde mi pasado y mi persona. Cuando al fin se abre, Elena se abraza a mi hermano con brazos y piernas y  hunde aún más su cabeza, en un intento desesperado por hacerse invisible y no ser descubierta. Es muy morena y lleva el pelo liso y cortito, a melenita. Tiene unos ojos oscuros divinos que ya, a sus cuatro años, transmiten una fuerza intensa y presagian la bella mujer en que se convertirá un día. Y mi hermano entra diciendo: "Dejadla tranquila", "dadle tiempo"... y avanza con ella en sus brazos por el largo pasillo de techos infinitos hacia el salón... Pero todo esto pertenece al archivo de mi memoria. Quién diría entonces que ahora Elena, a sus veinte años,  es una chica decidida y resuelta, capaz de mostrarse abiertamente y con valentía a todo lo que se oculte detrás de cada una de las puertas, señoronas o no, que uno debe ir abriendo poco a poco a lo largo de la vida. 
   Y la que le tocaba abrir ahora suponía para Elena una aventura responsable y meditada, pero a la vez , muy apetecible y soñada. Para sus padres significaba la mejor opción posible y a la vez una enorme tristeza, maquillada como en tantas ocasiones con esa frase tan sufrida de "es por su bien", un regalo de vida en el que han entregado también una parte de la suya... 
    Y es que se iba a Londres a estudiar su carrera. Elena es muy inteligente y muy trabajadora, conceptos habitualmente excluyentes, y  está preparada para afrontar unos estudios difíciles gracias a su esfuerzo y su constancia. Y allí nos encontrábamos toda su familia, en su casa, una noche de Julio, dispuestos a hacer una bonita cena de despedida en la que se repitió tantas veces la palabra "suerte".  Y decidí que una ocasión así merecía una tarta de su tía Cristina.  No sabía muy bien el diseño y recurrí como tantas veces a internet y puse "imágenes de Londres" y allí estaba, un autobús de dos pisos que me pareció divertido. ¡Y empecé a modelar!




   En realidad era un diseño fácil y no me llevó mucho tiempo. Inspirada por la fotografía, forré el bizcocho de fondant rojo y comencé a recortar ventanitas grises. Puse las franjas blancas y entonces me topé con la bandera... ¡Tres banderas hasta que conseguí la definitiva! Como en tantas ocasiones, los detalles que más fáciles parecen son los que me llevan más tiempo. Al fin deduje en qué orden debía ir poniendo las tiras de cada color para que resultara una auténtica bandera británica.


   Y por último, en vez de la publicidad que portaba el autobús de mi fotografía, me gustó la idea de desearle a Elena esa buena suerte con palabras de fondant, que siempre son más suaves y sobre todo, más dulces... Hice las letras de London con los moldes de mayúsculas, recortando trozos sobrantes y escribí con un tubito de gel blanco la palabra "buses". El resultado fue muy bonito, era una tarta bonita, una de esas con las que quedé completamente satisfecha. Había conseguido hacer un buen regalo para Elena. 
   Sin duda, fue una de las tartas más admiradas por mi familia. Sé que a Elena y a su madre, mi cuñada Begoña, les encantó y con eso di por buenas mis horas de trabajo, que van siempre cargadas de ilusión y por eso cuestan menos. Claro, cuando de público se tiene a la familia, es imposible fracasar y además había un punto emocional flotando por encima del fondant que estuvo a punto de derretirlo a pesar de las avanzadas horas de la noche en que descubrimos la tarta.

   Elena estaba feliz. Emprendía con alegría este viaje y transmitía paz con su férrea seguridad en lo que hacía. Imagino, señor Serrat, que por el contrario, una melodía distinta merodeaba por la mente de mi hermano inundando todos sus sentidos. Ese "Qué va a ser de ti" que tantas veces él cantó en aquel salón tras aquella puerta enorme que era nuestra muralla familiar y que nos protegía de todo... Ahora que su pequeña le ha dicho que "en su alma y su piel se le borraron las pecas y su mundo de muñecas..." imagino que echa de menos sentirse protegido tras aquella puerta...Pero esa niña a la que le dio todo su amor, "amor sobre las rodillas..." es una mujer de hoy, preparada, lista, dispuesta a luchar por ella misma con entusiasmo y coraje y no hay motivo para canturrear lo de "Qué va a ser de ti lejos de casa..." aunque a veces, inevitablemente, alguna de sus notas, siquiera dos o tres, no puedan dejar de sonar en nuestras cabezas...



jueves, 2 de mayo de 2013

9- ALAS DE MURCIÉLAGO PARA MARIO, ALAS DE HADA PARA MÍ

    Motherhood- it will change your life. Este es el título de un artículo que leí casualmente en internet hace unos doce años. Mi hijo mayor ya tenía dos. Me sentí tan identificada con él que nunca he olvidado algunas de sus frases. En este, una mujer intenta explicarle a otra que está pensando en ser madre cómo cambiará su forma de ver la vida y de interpretar el mundo cuando lo sea. Y no se refiere a que dormirá menos o a que dejará de salir por las noches. Comienza hablando de una herida no visible que quedará abierta tras el parto por la que será vulnerable desde entonces y para siempre. Me pasé toda la década de los veinte intentando hacerme a la penosa idea para mí de que no tendría hijos, un diagnóstico dictado por diferentes médicos y con fundadas razones. Sin embargo, la naturaleza se abrió paso ante lo que parecía imposible y con veintinueve años nació mi primer hijo. Cuando Mario llegó al mundo surgieron en mí sentimientos que aun sospechados nunca imaginé que pudieran ser tan intensos. Un apego imposible de suavizar, un torrente de amor genuino y natural como ninguno, la legítima sensación de creerte tocada por un don divino, necesaria y valiosa, aunque de un modo diferente, pues como aquel artículo decía, mi vida había perdido su valor y su valía sólo podía ser testada a través del bienestar de mi hijo. Descubrí esos eternos instantes de felicidad única que te hacen sentir cosas simples como el tacto de tu bebé durmiendo sobre ti, su mirada clavada en tus ojos, el brillo de los suyos en cada una de sus sonrisas... También conocí entonces lo que duelen los hijos, cómo se padece cuando ves que sufre aun por las cosas más tontas...no quiero ni pensar lo que pueden llegar a doler otras...También lo leí entonces. 

   Y de pronto los años van pasando y tu hijo se va haciendo mayor...¿ese que ya me pasa de alto, de veras estuvo en mi barriga? ¿ese que ahora habla con una voz tan grave que no reconozco es el mismo bebé que balbuceaba graciosas palabras?´ Te pasas la infancia de tu hijo creyendo que lo estás haciendo genial: tu hijo toma las suficientes vitaminas, zumitos cada día, la mejor leche de farmacia, sin escatimar en gastos, va a muchas actividades extraescolares que desarrollarán su agilidad física y mental, les llevas siempre limpios y bien peinados, aprenden inglés a la carrera, son educados y dicen gracias y por favor....sin embargo, cumplen 14 años y ¡ horror! te vuelves una madre ignorante, inepta y poco válida, que no sabe qué ni cómo hacer para acertar y que su hijo se haga un hombre bueno. El vértigo se apodera de ti cuando sientes que desde ahora, poco a poco, será él quien vaya tomando sus propias decisiones y temes entonces que se equivoque, crees que aún es pronto. Quizá siempre lo creas... Como ya conté en mi tarta anterior, tiene razón mi suegra cuando me dice "añorarás las anginas de los 5"... Pues ahí estaba Mario cumpliendo esos confusos para mí 14 años en mitad del mes de agosto, no pudo elegir un momento más caluroso para nacer...Y en esa maleta de fondant que ya conté llevé para la tarta de Mª Ángeles, también iban los cimientos de la suya. Una tarta de algo que él, como buen valenciano que es, lleva grabado a fuego en su alma: el Valencia Club de Fútbol. Pensé que nada podía hacerle más ilusión que el escudo del Valencia comestible. ¿Qué tendrá el fútbol que cala en ellos desde su más tierna infancia y les transforma en pequeños forofos irreconocibles cuando gritan desgañitándose ese vibrante "gol!!!!!!" a la edad de tres años? En fin, sin duda esta era la tarta idónea. Era un diseño fácil y rápido. Bueno... tres horitas no nos la quitó nadie. Y digo "nos" porque allí estuvo conmigo, incluso participando en la decoración, mi suegra, aguantando como una jabata hasta las tres de la mañana. Esta manía mía por hacer las tartas de madrugada, me la debería hacer mirar...



  
   Llevaba una fotocopia ampliada del escudo del mismo tamaño que el molde en el que iban a ser horneados los bizcochos. La usé entonces como plantilla y la puse encima de las dos planchas de bizcocho ya rellenadas de chocolate y comencé a recortar el rectángulo con un simple cuchillo de sierra hasta que le di la forma marcada.  Ahora sólo había que medir el escudo en su parte más ancha y calcular el grosor de cada una de sus tiras. Cubrí el bizcocho con dulce de leche a modo de pegamento y fui poniendo tira a tira, cuidando que el fondant no se manchara. Forré los bordes de la tarta con negro y ahora quedaba lo más divertido.
Puse la tira azul y cubrí de negro todo lo que quedaba de la tarta, doblando bien el fondant por la parte de arriba para que adquiriera la forma de las alas. Recorté entonces la parte blanca de la fotocopia y de nuevo la usé como plantilla sobre fondant blanco, poniéndolo a continuación en la tarta, bien pegadito por su parte recta a la tira azul y dejándolo caer sobre el fondant negro que ya estaba puesto.


Ahora había que escribir el nombre del club. ¡Por fin podía usar las letras que compré, bastante caras, por cierto, para ponerlo! ¡Qué monas quedaron! Aunque he de decir que al trasladar la letra del fondant a la tarta se deforma fácilmente y por eso el tamaño varía ligeramente de unas a otras.



Como siempre, el final de la tarta ya te pilla cansada y tuve que hacer tres veces el balón porque a pesar de tener delante el dibujo no me salía nada bien. No es la primera vez que digo que usar los rotuladores de tinta comestible no es fácil y no me salían bien las líneas de la pelota. Pero creo que al fin lo conseguí y quedó aceptable.



     Casi casi estaba acabada pero a ese murciélago le faltaba algo... dos simples tiras de fondant blanco marcando sus alas que le dieron vida. ¡Ahora sí podía volar! ¡ Y la tarta voló con él nada más apagar las velas!



Acabé la tarta y de pronto recordé aquel lejano artículo de internet que terminé de leer con lágrimas en los ojos. Lo imprimí entonces y lo tengo guardado en la misma carpeta donde guardo las ecografías de mis hijos.  Al final la amiga que es madre asegura a la que se lo está planteando  que nunca se arrepentirá de haber tomado esa decisión, aunque toda tu vida, física y emocional, personal y profesional quede relegada a un segundo plano tras colocar  sin atisbo alguno de duda a su hijo en el primero. Y ahí está Mario desde que nació, junto a mis otros amores, en el primer plano de mi vida.  Porque el brillo de sus ojos se sigue clavando en los míos cuando sonríe. Porque se me sigue quebrando el alma cuando algo malo le pasa. Porque el negro de ese murciélago valencianista que se ha convertido en el color preferido de su indumentaria habitual desde hace un par de años no logra oscurecer la diversidad de colores a través de los cuales veo la vida desde que mi primer hijo llegó al mundo. Lo hizo en mitad de una escandalosa tormenta de verano que fue tan intensa como mi despertar a la maternidad. 
    Si pudiera, me encantaría agradecer a Dale Hanson Bourke, autora del artículo, que me hiciera sentir al leerlo la magia que envuelve a cada una de sus palabras. Y hablando de magia, cuenta mi querida Campanilla que con la primera sonrisa de cada bebé nace un hada. Quizá todas las madres nos convertimos en hadas al serlo. Desde luego, con o sin alas, nos pasamos el día volando de aquí para allá por ellos. Yo, decididamente, con o sin las alas, me sentí un hada encantada el día que vi la primera sonrisa de mi hijo y ese encantamiento, ahora, con sus catorce años, su bigote incipiente y su escudo del Valencia, sigue siendo tan fuerte y tan mágico como entonces. ¡Quizá algún día hasta me nazcan alas de hada y vuele como el murciélago de su tarta! Y si no es así, y en realidad no nos está concedido el hechizo de serlo, le copiaré a Dani Martín su ingenio, para pedirle a Campanilla que siempre le cuide y le guarde.


  

sábado, 20 de abril de 2013

8- UN iPAD Y MUCHA CONEXIÓN

  
Esta es, con diferencia, de todas las que he hecho hasta ahora, mi tarta preferida.

   Se la hice a mi suegra.
  Mi suegra es especial. Son muy pocas, aunque alguna hay, las amigas que hablan bien de sus suegras. A veces, yo prefiero no dar mi parecer, pues creo que pensarían que miento. Los comentarios que hacen cada una de ellas sobre las suyas son siempre peores que los de la suegra anterior y partimos de la base de que la primera ya era, como mínimo, aprendiz de bruja ...  Así pues, soy consciente de mi suerte. 
   Sé que ser una buena suegra es un acto más de amor hacia tus hijos, pues creo que es entonces y no en el momento del alumbramiento, cuando el cordón umbilical empieza de verdad a desprenderse y aunque intuyo que por fortuna nunca llega a quedar del todo separado, sí que en esta ocasión debe ser bastante doloroso. Recuerdo aquella escena de "El padre de la novia", una de las películas con la que siempre lloro a pesar de las continuas reposicionesen que este aconseja a su hija abrigarse, cayendo su consejo en saco roto. Un momento después, el mismo consejo proviniente del novio de su hija hace que ella rápidamente vaya a por una chaqueta. Es una escena muy graciosa, pero encierra una enorme tristeza encarnada en el rostro de Steve Martin, ese padre que se resiste a admitir que ya no es él quien conduce el corazón de su hija.
   De mi suegra aprendí hace mucho a responder "claro" a la pregunta "¿Me haces un favor?" cuando aún no sabes lo que te van a pedir. También aprendí lo que es la generosidad en estado puro, la entrega a la familia, el respeto a las decisiones ajenas, incluso a las equivocadas, la elegancia hecha vida, la dulzura en el cansancio... muchas cosas que dichas así, seguidas, mitigan su importancia pero pensadas y sentidas una a una hacen de ella alguien especial, pues no es común que tantas cosas buenas coincidan en una sola persona. También algunas otras verdades vividas, como que a los seis años de los hijos todo está pasado, que antes o después se añoran las anginas de los cinco, que si alguien te avisara de que veinte años pasan tan deprisa quizá habrías hecho las cosas de otra manera, que hay que desterrar la expresión "no puedo" de nuestro vocabulario y otras cosas más terrenales, como a hacer ese fantástico y socorrido arroz al horno, que en Madrid no se cocina y que a mis hijos les encanta... Sigo aprendiendo cosas de ella cada día y aunque no nos vemos a diario, en la distancia me llenan incluso sus mensajes no dichos.
     Hace ya tiempo que está inmersa en una lucha de titanes en la que combate con tanto arrojo y valentía que deja anonadados a quienes la rodeamos. Y en el fragor de esta batalla apareció en su vida un aliado inseparable que la ha ayudado a mantenerse en todo momento conectada al mundo en toda su plenitud. Y no me refiero a su marido, que junto a ella forma un equipo indisoluble en el que viven, sienten y padecen como si fueran sólo uno, mezcla envidiable por la calidad de las materias primas con que está hecha y por la ausencia de fecha de caducidad. Es algo material: ¡¡un i-pad!! ¡Señores de Apple, si contrataran a mi suegra para vender sus tablets, la rentabilidad de sus acciones sería aún mayor si cabe! Deberían plantearse incluirla en nómina para que hiciera ventas on-line desde casa, sería líder de ventas. Me maravilla la facilidad con la que maneja esta nueva tecnología, que como va implícito en su denominación, no ha formado parte de la educación de ninguna de las personas mayores de treinta años. Sin embargo, ahí está esta abuela yeyé, con sus sesentaitantos, descargándose aplicaciones, jugando a apalabrados, retwiteando twits de famosos, siguiendo blogs diariamente, conectándose por facetime con sus nietos y navegando libremente por internet, haciendo descubrimientos, en muchas ocasiones, asombrosos. Sí, ese aparato en el que, a pesar de su finura, parecen caber todas las recetas mágicas para evitar el tedio y la soledad, la tecnología con corazón, la que acerca a las personas y las une por encima de la distancia y de las dificultadesPero vayamos a mi tarta, o a la suya...

   Estábamos en la playa. Desde Madrid ya tenía clara la idea. La tarta para mi suegra no podía ser otra que un i-pad, Cumple los años a principio de agosto, así que disponía de pocos días para tener todo comprado y preparado. Lo llevé todo desde Madrid, fotocopias de ipads ampliadas para poder ver bien todos los iconos, el fondant de un montón de colores,  la base, el rodillo, los instrumentos, los  moldes...casi una maleta más en medio del desorbitado equipaje que trasladamos cada año en nuestro viaje de vacaciones. Sin embargo, de forma casual, buscando precisamente un regalo para ella, encontré en un centro comercial el molde perfecto, aproximadamente del mismo tamaño del ipad, eso fue de gran ayuda.
   Empecé muy tarde a decorarla. Eran más de las 12...de la noche. En mi casa todos dormían y era el momento perfecto. Los bizcochos los había hecho y emborrachado de almíbar por la tarde para que estuvieran ya fríos. Ahora venía lo más divertido. Cogí mi propio ipad para ir copiando los iconos. Tenía en foto la imagen del suyo, y empecé por decorar el fondo igual, en dos tonos azules que ya me costó encajar.  Estuve un buen rato intentando dilucidar qué era mejor, si pegar el fondo y luego los bordes blancos o cubrir de blanco excepto el rectángulo central y encajar ahí el azul...y si digo la verdad, no me acuerdo cómo lo hice al final, pero sí que fue una de esas labores complicadas que se deben hacer antes de empezar a modelar lo bonito. 
   Después fui haciendo cada icono. Era perfecto. Desde mi mesa de trabajo oía el mar...hasta que poco a poco fui empezando a verlo. Sí, amaneció mientras hacía la tarta. La terraza estaba abierta y era una sensación muy agradable. Disfruté haciendo esa tarta. No tenía prisa, ni por qué correr, nadie me necesitaba y estaba de vacaciones, podía dormir lo que quisiera al día siguiente...bueno, eso era sólo un pensamiento esperanzador, pues una madre nunca puede dormir todo lo que querría. Sensación divina de sentir que hacía lo que quería hacer sin más miramientos, sólo con la ilusión del momento en que regalara esa tarta al día siguiente.


    Algunos iconos eran fáciles pero otros me llevaron su tiempo. Dediqué casi media hora a cada uno de ellos, pero estaba encantada, intentando hacerlos lo más parecidos posibles. Sólo contaba para ello con el cúter para alimentos y con mis propias manos. Sé que no quedaron perfectos pero el resultado final era bonito. Hice lo que pude, pero disfruté mucho haciéndolo. ¡Descubrí aplicaciones que hasta entonces no sabía que estaban ahí!  Me gustó mucho hacer, por ejemplo, esta margarita con fondo azul y blanco.

  
   Fui rellenando de iconos varias filas de la pnatalla y cada vez que pegaba uno con aquel brandy viejo que me dejó mi suegra, a quien debí contar alguna milonga por la que lo necesitaba, me parecía que quedaba más bonita.

   Ese 5 era el día de su cumpleaños. Muchos detalles los dibujé con rotuladores de tinta comestible, pero son muy difíciles de usar, no hay más que mirar esas dos corcheas que distan tanto de evidenciar que soy hija de músico...si mi pobre padre las hubiera visto...


 Hubo un icono que se hizo especial por todo el tiempo que me costó hacerlo. No conseguía los colores e invertí un buen rato en su preparación. Este fue el resultado y así quedó después junto a los demás.                                         

  
¡El ipad iba tomando forma!



Ya sólo quedaba poner la manzanita. La llevaba fotocopiada en varios tamaños, era sólo cuestión de recortarla en papel y usarla como plantilla para recortar el fondant negro alisado. ¡Ningún tamaño valía! Tuve que reducirla 2 veces a mano, cuidando que la forma quedara igual de proporcionada. Lo que pensaba no tendría complicación alguna y me llevaría un minuto, me costó mucho más tiempo y algo de despesperación, pues ya iban a ser las siete de la mañana y entraban decididos los implacables rayos de sol del verano. Y quizá por la fuerza de estos, a  pesar de mi disfrute, se me empezaban a a cerrar los ojos y me moría de ganas de verla terminada. Al fin logré pegarla y lo cierto es que la manzanita contribuía notablemente a mejorar el resultado.



Y así quedó mi ipad comestible. Lo cierto es que quedó pintón. Incluso diría que se veía más bonito que en las fotos, pero eso debe ser amor de creadora. 



  
    Cuando se lo di a mi suegra tardó un tiempo en reaccionar y ver que era una tarta. Pero cuando se dio cuenta, sé que le encantó. Y ese fue el momento perfecto, pues una tarta no puede devolver el cariño, la comprensión y la complicidad que yo siempre he recibido de ella pero en cada uno de esos iconos en los que tanto tiempo invertí, iba además del fondant un poquito del enorme agradecimiento que le debo a mi suegra por todo lo que siempre me ha dado. Y sé que a pesar de que entre mis sobrinos e hijos desaparecieran  todos ellos en menos de cinco minutos destrozando un poquito mi alma con cada uno de sus pequeños mordiscos, quedó aquel día flotando en el ambiente un dulce olor a fondant. Ese fondant que modelé dejando impregnados en él  pequeños y queridos trocitos de mi vida. Y es que Mº Angeles forma una parte especial de ella y sé que sabe que la quiero pero me pareció que era bonito decírselo en una tarta. Y si hubiera existido un icono para una aplicación de cariño habría sido el más importante del pastel y no habría dejado que se lo comieran nuestros niños, lo habría guardado en uno de los cajones de su mesilla para que a ella nunca se le olvide. y que sepa así que aunque las suegras no se eligen, a mí me tocó, sin duda, la mejor que podía imaginar.




miércoles, 10 de abril de 2013

7- ¡DE VACACIONES!

    No sé si es que yo soy una niña mimada o es porque mi trabajo siempre me ha obsequiado con unas largas vacaciones, pero no hay para mí una sensación más placentera que la emoción que vivo los días previos a la llegada de las ansiadas vacaciones de verano. Y aunque, como ya he dicho, las mías son muy largas, en realidad las vacaciones no empiezan realmente ¡hasta que no te vas a la playa! 
    Un fin de semana de julio se nos ocurrió a mis hermanas y a mí juntar a toda la familia para hacer una comida de despedida, pues cada uno marchaba antes o después a sus respectivos destinos de vacaciones.
    Entonces se me ocurrió. En aquel libro que os comenté de mi prima la de Irlanda había una tarta de maletas que me dejó impresionada. Y como yo no me pienso dos veces hacer lo que de pronto se me mete entre ceja y ceja decidí ponerme a hacer mi tarta de maletas. ¿Qué mayor muestra de espíritu vacacional?

   
   Tuve que hacer 4 bizcochos y aún así me quedó mucho más fina de lo que debería. En realidad, en el modelo del libro no se veían dos maletas como al final se apreciaban en mi tartas, sino una maleta y un maletín, pero fui incapaz de conseguir ese aspecto.
   Era una tarta fácil: forrar dos rectángulos con fondant rojo y hacer las asas y los bordes con fondant blanco más unos pequeños cierres de color gris. Lo único complicado fue conseguir que esas asas tan pesadas no se cayeran, para lo que tuve que esmerarme en conseguir enganchar cada asa al macizo del bizcocho a través de muchas pajitas. 
   Quedó bonita, aunque si la hiciera ahora me saldría mucho mejor, conseguiría el volumen que necesitaba y daría a los cierres un aspecto de costura rematada que las haría mucho más reales, gracias a las herramientas de las que ahora dispongo, pero eso es precisamente lo que tiene ir aprendiendo poco a poco.
   Hacer esa tarta fue una celebración absoluta pero cuando todos la vieron a los postres se transformó en una eplosión de alegría. La tarta era monísima, pero su significado era delicioso, el de una gran emoción compartida por todos. 

  Le puse flores y mariposas veraniegas revoloteando alrededor de las maletas. En realidad me hacía ilusión estrenar esos moldes de mariposas que dan un resultado tan bonito y no pude contenerme y pegar algunas como viajeras improvisadas sobre ellas. Escribí un "Feliz verano" con un tubo de icing gel que me regalaron junto a otros tres de diferentes colores pero que no me convencen, pues es muy dificil escribir con ellos. Tampoco tenía en aquel momento los moldes de letras que tanto juego me han dado en tartas posteriores. Añadí también unas flores que no pegaban nada, pero una vez hechas, me dio pena tirarlas...

  
    ¡La vida sin horario! ¡El soñado descanso! ¡El viaje prometedor hacia un sol infinito! La sensación de creer que durante unos días somos nosotros quienes disponemos del ritmo de nuestras vidas y bailamos a nuestro son y no al de otros... Visto desde la distancia, inmersa en amargos madrugones y en plena vorágine laboral, de la que aún debo dar gracias, creo que el sabor de las vacaciones es más dulce que el de cualquiera de mis tartas. Pero cada pequeño trozo de esas dos maletas nos supo a todos a pura gloria. Y aunque escasas de ropa, fueron el equipaje perfecto para emprender al fin nuestros respectivos viajes.


sábado, 9 de marzo de 2013

6 - UN ZOO DE AZÚCAR

     Una tarde aburrida de verano les propuse a mis hijas hacer una tarta fondant. Tenía en la nevera desde hacía meses unas chocolatinas especiales  (flaked chocolate bars)  que me envió mi prima desde Irlanda, pues yo no las encontré por aquí. ¡Suerte que el chocolate tarde tanto en caducar! Son muy originales, pues tienen la apariencia de troncos de árbol o de pedazos de leña. Es la misma prima, aunque tengo más,  esta es la única..., que me regaló una Navidad hace tiempo, antes de que yo hiciera mi primera tarta,  un precioso libro de tartas fondant que se llamaba " Quick and easy celebration cakes". Me encanta mirar sus fotos de vez en cuando y en más de una ocasión me han ayudado a decidirme por algún modelo. Una de estas tartas era una especie de zoo rodeado de muchos tronquitos de madera a modo de valla, bueno o de arca, como de hecho decía su título en el libro: "El arca de los animales".
     Cogimos todos los trozos sueltos de fondant que quedaban en la caja de restos de otras tartas. Lo cierto es que los colores eran feos y bastante poco apropiados para los animales, pero no era cuestión de hacer una tarta perfecta sino de pasar un ratito encantador haciendo animales con ellas. Y empezamos a modelar con ellos los 4 animales que la formaban. Fuimos siguiendo las indicaciones del libro para modelar cada uno de ellos.
  

     Empezamos por el león. Esa melena gris y esa cara roja no eran precisamente tonos muy favorecedores para los pobres leones, reyes de la selva, pero sus Majestades tuvieron que conformarse con este nuevo look y digamos que no salieron del todo mal parados.

  
  
   
    Le tocó ahora el turno a los osos. ¡Negros y verdes! Sí que eran originales. Parecían ositos marcianos pero quedaron simpáticos y tiernos. No teníamos útiles apropiados de modelaje pero fue divertido usar materiales caseros:  cucharas, tenedores, pajitas, palillos....Con las altas temperaturas del verano y la sequedad del ambiente enseguida se le hacen grietas al fondant y algunos nos salían feos pero ¡y lo que nos reímos por ello!



   Aún faltaban los tigres. Tigres verdes con el morro rojo... ni quedaron fieros ni quedaron tiernos... en realidad no sé cómo quedaron... ¿una especie  nueva? Le dibujamos los rasgos faciales con el rotulador de tinta negra comestible pero no conseguimos darle calidez alguna, más bien quedaron altivos y muy, muy serios.




   Por último, los elefantes.  A Clara le gustaba hacerlos y le quedaban bien, así que ella hizo casi todos. ¡Esta vez sí coincidimos en el color! Sorprendentemente los elefantes de la tarta modelo ¡¡eran rosas!! Quizá por eso nos pareció que quedaron mejor que el resto. Fuimos juntando todos en un plato de plástico y sin darnos cuenta, habíamos hecho un magnífico zoo entre las tres. Fue muy entrretenido modelar todos estos animalitos. He de reconocer que cuando se modela es de gran ayuda seguir instrucciones para hacerlo, pues para quienes como a mí no se nos da demasiado bien, nos sirve para ir guiando nuestros pasos, una no puede imaginarse en qué puede convertirse una bola de fondant si sabes cómo darle forma. Eso sí, no sé quién es luego capaz de comerse algo así. El fondant es excesivamente dulce y creo que ni un niño podría comerse la cabeza de uno de estos animales. Ni siquiera Clara, que sé que viene a acompañarme cada vez que empiezo una tarta para comerse en un algún descuido mío, o eso cree ella..., pequeños pellizcos de fondant, especialmente si son de sabores, como el de frambuesa, que  es el más rico de todos.


    Cortamos entonces las barritas de chocolate, bueno las que iban quedando después de que mis hijas se fueran comiendo algunas de ellas trocito a trocito, y las dispusimos como una cerca alrededor del bizcocho. Cubrimos este de chocolate fundido que nos hiciera la función de pegamento y por fin venía lo más divertido, colocar a los animalitos para dar apariencia de zoo o de arca, como sugería su título. Como habíamos metido una pajita por el cuerpo de cada animal era fácil pincharlas en la tarta...eso parecía. A mis niñas les resultaba imposible hundir los animales en el bizcocho sin mancharse los dedos de chocolate, no sé si era sin querer o... sin querer evitarlo, pues ese chocolate era delicioso. De ese modo, los animales se fueron manchando cada vez más del chocolate de sus dedos y aquella valla de pequeños troncos se tambaleaba cada vez más al paso de sus manos por ella!! Y este fue el resultado final.


    Afortunadamente no era para nadie, pues como veis, la tarta entera se inclinaba y el fondant tenía aspecto agrietado y estaba pringado de restos de chocolate. Además esos animales de extraños colores parecían futuristas. Pero aquella tarta fue una delicia, porque la compartí con ellas y nos reímos tanto modelando a estas fieras que sin ninguna duda , durante este ratito, en sus pequeñas manos cobraron vida y puedo asegurar que en algún momento oí rugir a uno de estos leones.