Y de pronto los años van pasando y tu hijo se va haciendo mayor...¿ese que ya me pasa de alto, de veras estuvo en mi barriga? ¿ese que ahora habla con una voz tan grave que no reconozco es el mismo bebé que balbuceaba graciosas palabras?´ Te pasas la infancia de tu hijo creyendo que lo estás haciendo genial: tu hijo
toma las suficientes vitaminas, zumitos cada día, la mejor leche de farmacia, sin escatimar en gastos, va a muchas actividades extraescolares
que desarrollarán su agilidad física y mental, les llevas siempre limpios
y bien peinados, aprenden inglés a la carrera, son educados y dicen gracias y por favor....sin embargo, cumplen 14 años y ¡ horror! te vuelves una madre
ignorante, inepta y poco válida, que no sabe qué ni cómo hacer para
acertar y que su hijo se haga un hombre bueno. El vértigo se apodera de ti cuando sientes que desde ahora, poco a poco, será él quien vaya tomando sus propias decisiones y temes entonces que se equivoque, crees que aún es pronto. Quizá siempre lo creas... Como ya conté en mi tarta anterior, tiene razón mi suegra
cuando me dice "añorarás las anginas de los 5"... Pues ahí estaba Mario cumpliendo esos confusos para mí 14 años en mitad del mes de agosto, no pudo elegir un momento más caluroso para nacer...Y en esa maleta de fondant que ya conté llevé para la tarta de Mª Ángeles, también iban los cimientos de la suya. Una tarta de algo que él, como buen valenciano que es, lleva grabado a fuego en su alma: el Valencia Club de Fútbol. Pensé que nada podía hacerle más ilusión que el escudo del Valencia comestible. ¿Qué tendrá el fútbol que cala en ellos desde su más tierna infancia y les transforma en pequeños forofos irreconocibles cuando gritan desgañitándose ese vibrante "gol!!!!!!" a la edad de tres años? En fin, sin duda esta era la tarta idónea. Era un diseño fácil y rápido. Bueno... tres horitas no nos la quitó nadie. Y digo "nos" porque allí estuvo conmigo, incluso participando en la decoración, mi suegra, aguantando como una jabata hasta las tres de la mañana. Esta manía mía por hacer las tartas de madrugada, me la debería hacer mirar...
Llevaba una fotocopia ampliada del escudo del mismo tamaño que el molde en el que iban a ser horneados los bizcochos. La usé entonces como plantilla y la puse encima de las dos planchas de bizcocho ya rellenadas de chocolate y comencé a recortar el rectángulo con un simple cuchillo de sierra hasta que le di la forma marcada. Ahora sólo había que medir el escudo en su parte más ancha y calcular el grosor de cada una de sus tiras. Cubrí el bizcocho con dulce de leche a modo de pegamento y fui poniendo tira a tira, cuidando que el fondant no se manchara. Forré los bordes de la tarta con negro y ahora quedaba lo más divertido.
Puse la tira azul y cubrí de negro todo lo que quedaba de la tarta, doblando bien el fondant por la parte de arriba para que adquiriera la forma de las alas. Recorté entonces la parte blanca de la fotocopia y de nuevo la usé como plantilla sobre fondant blanco, poniéndolo a continuación en la tarta, bien pegadito por su parte recta a la tira azul y dejándolo caer sobre el fondant negro que ya estaba puesto.
Ahora había que escribir el nombre del club. ¡Por fin podía usar las letras que compré, bastante caras, por cierto, para ponerlo! ¡Qué monas quedaron! Aunque he de decir que al trasladar la letra del fondant a la tarta se deforma fácilmente y por eso el tamaño varía ligeramente de unas a otras.
Como siempre, el final de la tarta ya te pilla cansada y tuve que hacer tres veces el balón porque a pesar de tener delante el dibujo no me salía nada bien. No es la primera vez que digo que usar los rotuladores de tinta comestible no es fácil y no me salían bien las líneas de la pelota. Pero creo que al fin lo conseguí y quedó aceptable.
Casi casi estaba acabada pero a ese murciélago le faltaba algo... dos simples tiras de fondant blanco marcando sus alas que le dieron vida. ¡Ahora sí podía volar! ¡ Y la tarta voló con él nada más apagar las velas!
Acabé la tarta y de pronto recordé aquel lejano artículo de internet que terminé de leer con lágrimas en los ojos. Lo imprimí entonces y lo tengo guardado en la misma carpeta donde guardo las ecografías de mis hijos. Al final la amiga que es madre asegura a la que se lo está planteando que nunca se arrepentirá de haber tomado esa decisión, aunque toda tu vida, física y emocional, personal y profesional quede relegada a un segundo plano tras colocar sin atisbo alguno de duda a su hijo en el primero. Y ahí está Mario desde que nació, junto a mis otros amores, en el primer plano de mi vida. Porque el brillo de sus ojos se sigue clavando en los míos cuando sonríe. Porque se me sigue quebrando el alma cuando algo malo le pasa. Porque el negro de ese murciélago valencianista que se ha convertido en el color preferido de su indumentaria habitual desde hace un par de años no logra oscurecer la diversidad de colores a través de los cuales veo la vida desde que mi primer hijo llegó al mundo. Lo hizo en mitad de una escandalosa tormenta de verano que fue tan intensa como mi despertar a la maternidad.
Si pudiera, me encantaría agradecer a Dale Hanson Bourke, autora del artículo, que me hiciera sentir al leerlo la magia que envuelve a cada una de sus palabras. Y hablando de magia, cuenta mi querida Campanilla que con la primera sonrisa de cada bebé nace un hada. Quizá todas las madres nos convertimos en hadas al serlo. Desde luego, con o sin alas, nos pasamos el día volando de aquí para allá por ellos. Yo, decididamente, con o sin las alas, me sentí un hada encantada el día que vi la primera sonrisa de mi hijo y ese encantamiento, ahora, con sus catorce años, su bigote incipiente y su escudo del Valencia, sigue siendo tan fuerte y tan mágico como entonces. ¡Quizá algún día hasta me nazcan alas de hada y vuele como el murciélago de su tarta! Y si no es así, y en realidad no nos está concedido el hechizo de serlo, le copiaré a Dani Martín su ingenio, para pedirle a Campanilla que siempre le cuide y le guarde.
Si pudiera, me encantaría agradecer a Dale Hanson Bourke, autora del artículo, que me hiciera sentir al leerlo la magia que envuelve a cada una de sus palabras. Y hablando de magia, cuenta mi querida Campanilla que con la primera sonrisa de cada bebé nace un hada. Quizá todas las madres nos convertimos en hadas al serlo. Desde luego, con o sin alas, nos pasamos el día volando de aquí para allá por ellos. Yo, decididamente, con o sin las alas, me sentí un hada encantada el día que vi la primera sonrisa de mi hijo y ese encantamiento, ahora, con sus catorce años, su bigote incipiente y su escudo del Valencia, sigue siendo tan fuerte y tan mágico como entonces. ¡Quizá algún día hasta me nazcan alas de hada y vuele como el murciélago de su tarta! Y si no es así, y en realidad no nos está concedido el hechizo de serlo, le copiaré a Dani Martín su ingenio, para pedirle a Campanilla que siempre le cuide y le guarde.
Qué preciosa historia Cris....y qué verdades como puños¡¡
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