lunes, 28 de abril de 2014

12- A CADA CAMPANADA

        Empezaba el año 2013... Una entrada de año bien merece una tarta fondant ¡y de dos pisos! Era un año con número feo, al menos para mí, quien a pesar de intentar mantenerme alejada de las supersticiones y de la ignorancia que las sustenta, no sería sincera si no reconociera que una ligera punzada de inquietud me recorre cada vez que siento cerca alguna de estas ridículas creencias. Inevitablemente me acuerdo de mi adorable abuela, de quien las aprendí todas y añoro todos aquellos consejos cuyo recuerdo esboza en mí una dulce sonrisa. Y para mi mayor convencimiento, y con ello, agravamiento de mi incultura, se cumplió la maldición del número tabú y 2013 fue un año ingrato y triste. Y a pesar de su dureza aún debo estar agradecida por los buenos momentos que también vivimos, los más, y porque el curso de la vida me muestra a pesar de este inclemente año un camino de felicidad y de esperanza.
     Pero aquel 31 de diciembre de 2012, mientras bailábamos en casa de mi hermana con aquella lámpara de discoteca comprada en un "chino" , la tarta del año 2013 causó furor, pues realmente era bonita, alegre y elegante.  
    Quizá quedó tan bien porque fue recogiendo, a medida que la iba haciendo, todos los sentimientos que irremediablemente se van generando en mí a lo largo del último día del año: alegría, emoción, recuerdos, cerrar los ojos y pedir deseos... Recuerdo los "añoviejos" de antes de morir mi madre muy divertidos, alegres, disparatados, ¡¡increíbles!!.... Todos los de después, más de treinta, han sido sin excepción, emotivos, pausados, contenidos y dolientes. Los recuerdos ya no afloran pero la cicatriz del corazón se resiente a cada campanada y se hace más profunda a medida que otros seres muy queridos van dejando copas vacías en el brindis de Año Nuevo. Las copas de los nuevos no rellenan las ausencias. Ese champán se evaporó y al esfumarse, ya nunca más podrá ser bebido.  No obstante, lucho porque todo ello vaya envuelto en una capa de turrón duro, inquebrantable, de alegría y confianza, sentimientos que intento contagiar a todos los que quiero, a mis hermanos, quienes sé gustan del mismo turrón que yo,  y que en algunos momentos de esta mágica noche llego a sentir auténticos y espléndidos, especialmente cuando miro a mis hijos. Y entonces cierro los ojos y  me covierto en el dulce turrón de Jijona, Calidad Suprema. Y a cada campanada la ilusión va creciendo y la vida vuelve a sonreír de nuevo.

      Y allí estaba yo, haciendo mi tarta a medida que en televisión se sucedían los especiales típicos de fin de año... Era bonito ir modelando hojas de acebo a cada imagen emitida. Compré un cortador de estas hojas y he de decir que es tan agradecido que todos aquellos que os guste esta repostería debéis tenerlo sin dudarlo. El dibujo de los nervios del haz de la hoja quedan perfectos y el resultado es espectacular. Una vez que tienes varias hojas hechas, si modelas bolitas que hagan las veces de las bayas rojas toma una apariencia muy real y sea cual sea el diseño son muy llamativas. El mío lo copié de una foto de internet... como siempre, la red aporta grandes ideas. Fui así modelando hoja a hoja hasta cubrir la tarta a modo de círculo interior sobre fondo blanco.
    El contraste de colores era perfecto. Cuando en principio pensé que ya estaba casi acabada decidí rematarla bordeándola con una especie de bies comestible. Pero este dulce bies no se cortó en diagonal, sino en línea recta con un magnífico y simple cortador que hace tan sencillo conseguir formas bonitas. En el trozo de unión de la tira colocqué un lazo rojo hecho en un molde de silicona. Es una solución rápida pero nada que ver con un lazo de fondant bien trabajado. No me convenció pero tampoco había tiempo para más.



        Una vez que acabé la tarta me parecía poco y como aún quedaba día por delante, decidí hacer otro piso y este iría indudablemente debajo, pues el aspecto de la tarta era tan bonito que merecía un podium. O quizá lo que en realidad ocurría es que tenía unas ganas locas de usar otro cortador con forma de árbol de Navidad. Y es que esta época es tan corta que no te da tiempo a usar todos los artilugios que con tanta ilusión compramos algún tiempo antes quienes aún creemos en la belleza y la magia de esta época a pesar de los años, quienes aún dejamos agua y pan para los camellos, quienes aún cantamos villancios,  quienes aún limpiamos los zapatos...Y alguna manera tenía que encontrar para poder hundirlos en el fondant y retirar sus bordes con la ilusión infantil de ver el resultado...¡fantástico! ¡auténticos árboles de Navidad que se fundieron uno a uno en el fondant blanco que encerraba un riquísimo bizcoho marrón de chocolate y mermelada de frambuesa... una delicia!

       Por último y a pesar de mis dudas, decidí poner el año entrante en lo alto de la tarta. Usé para ello los moldes de letras, pues no tengo de números, y no quedaron perfectos pero sí pasables. 
       A todos les encantó esta tarta, era preciosa, aunque yo no debiera decirlo, y disfrutamos de la dulzura de cada uno de sus trozos, mucho más melosos que algunos de los tragos que nos hizo saborear aquel 2013. Cuando este año terminó, en la medianoche del último 31 de diciembre, ante otra tarta fondant muy divertida que espera pacientemente a ser narrada, no brindé por el comienzo del nuevo año sino por el fin de aquel.