sábado, 20 de abril de 2013

8- UN iPAD Y MUCHA CONEXIÓN

  
Esta es, con diferencia, de todas las que he hecho hasta ahora, mi tarta preferida.

   Se la hice a mi suegra.
  Mi suegra es especial. Son muy pocas, aunque alguna hay, las amigas que hablan bien de sus suegras. A veces, yo prefiero no dar mi parecer, pues creo que pensarían que miento. Los comentarios que hacen cada una de ellas sobre las suyas son siempre peores que los de la suegra anterior y partimos de la base de que la primera ya era, como mínimo, aprendiz de bruja ...  Así pues, soy consciente de mi suerte. 
   Sé que ser una buena suegra es un acto más de amor hacia tus hijos, pues creo que es entonces y no en el momento del alumbramiento, cuando el cordón umbilical empieza de verdad a desprenderse y aunque intuyo que por fortuna nunca llega a quedar del todo separado, sí que en esta ocasión debe ser bastante doloroso. Recuerdo aquella escena de "El padre de la novia", una de las películas con la que siempre lloro a pesar de las continuas reposicionesen que este aconseja a su hija abrigarse, cayendo su consejo en saco roto. Un momento después, el mismo consejo proviniente del novio de su hija hace que ella rápidamente vaya a por una chaqueta. Es una escena muy graciosa, pero encierra una enorme tristeza encarnada en el rostro de Steve Martin, ese padre que se resiste a admitir que ya no es él quien conduce el corazón de su hija.
   De mi suegra aprendí hace mucho a responder "claro" a la pregunta "¿Me haces un favor?" cuando aún no sabes lo que te van a pedir. También aprendí lo que es la generosidad en estado puro, la entrega a la familia, el respeto a las decisiones ajenas, incluso a las equivocadas, la elegancia hecha vida, la dulzura en el cansancio... muchas cosas que dichas así, seguidas, mitigan su importancia pero pensadas y sentidas una a una hacen de ella alguien especial, pues no es común que tantas cosas buenas coincidan en una sola persona. También algunas otras verdades vividas, como que a los seis años de los hijos todo está pasado, que antes o después se añoran las anginas de los cinco, que si alguien te avisara de que veinte años pasan tan deprisa quizá habrías hecho las cosas de otra manera, que hay que desterrar la expresión "no puedo" de nuestro vocabulario y otras cosas más terrenales, como a hacer ese fantástico y socorrido arroz al horno, que en Madrid no se cocina y que a mis hijos les encanta... Sigo aprendiendo cosas de ella cada día y aunque no nos vemos a diario, en la distancia me llenan incluso sus mensajes no dichos.
     Hace ya tiempo que está inmersa en una lucha de titanes en la que combate con tanto arrojo y valentía que deja anonadados a quienes la rodeamos. Y en el fragor de esta batalla apareció en su vida un aliado inseparable que la ha ayudado a mantenerse en todo momento conectada al mundo en toda su plenitud. Y no me refiero a su marido, que junto a ella forma un equipo indisoluble en el que viven, sienten y padecen como si fueran sólo uno, mezcla envidiable por la calidad de las materias primas con que está hecha y por la ausencia de fecha de caducidad. Es algo material: ¡¡un i-pad!! ¡Señores de Apple, si contrataran a mi suegra para vender sus tablets, la rentabilidad de sus acciones sería aún mayor si cabe! Deberían plantearse incluirla en nómina para que hiciera ventas on-line desde casa, sería líder de ventas. Me maravilla la facilidad con la que maneja esta nueva tecnología, que como va implícito en su denominación, no ha formado parte de la educación de ninguna de las personas mayores de treinta años. Sin embargo, ahí está esta abuela yeyé, con sus sesentaitantos, descargándose aplicaciones, jugando a apalabrados, retwiteando twits de famosos, siguiendo blogs diariamente, conectándose por facetime con sus nietos y navegando libremente por internet, haciendo descubrimientos, en muchas ocasiones, asombrosos. Sí, ese aparato en el que, a pesar de su finura, parecen caber todas las recetas mágicas para evitar el tedio y la soledad, la tecnología con corazón, la que acerca a las personas y las une por encima de la distancia y de las dificultadesPero vayamos a mi tarta, o a la suya...

   Estábamos en la playa. Desde Madrid ya tenía clara la idea. La tarta para mi suegra no podía ser otra que un i-pad, Cumple los años a principio de agosto, así que disponía de pocos días para tener todo comprado y preparado. Lo llevé todo desde Madrid, fotocopias de ipads ampliadas para poder ver bien todos los iconos, el fondant de un montón de colores,  la base, el rodillo, los instrumentos, los  moldes...casi una maleta más en medio del desorbitado equipaje que trasladamos cada año en nuestro viaje de vacaciones. Sin embargo, de forma casual, buscando precisamente un regalo para ella, encontré en un centro comercial el molde perfecto, aproximadamente del mismo tamaño del ipad, eso fue de gran ayuda.
   Empecé muy tarde a decorarla. Eran más de las 12...de la noche. En mi casa todos dormían y era el momento perfecto. Los bizcochos los había hecho y emborrachado de almíbar por la tarde para que estuvieran ya fríos. Ahora venía lo más divertido. Cogí mi propio ipad para ir copiando los iconos. Tenía en foto la imagen del suyo, y empecé por decorar el fondo igual, en dos tonos azules que ya me costó encajar.  Estuve un buen rato intentando dilucidar qué era mejor, si pegar el fondo y luego los bordes blancos o cubrir de blanco excepto el rectángulo central y encajar ahí el azul...y si digo la verdad, no me acuerdo cómo lo hice al final, pero sí que fue una de esas labores complicadas que se deben hacer antes de empezar a modelar lo bonito. 
   Después fui haciendo cada icono. Era perfecto. Desde mi mesa de trabajo oía el mar...hasta que poco a poco fui empezando a verlo. Sí, amaneció mientras hacía la tarta. La terraza estaba abierta y era una sensación muy agradable. Disfruté haciendo esa tarta. No tenía prisa, ni por qué correr, nadie me necesitaba y estaba de vacaciones, podía dormir lo que quisiera al día siguiente...bueno, eso era sólo un pensamiento esperanzador, pues una madre nunca puede dormir todo lo que querría. Sensación divina de sentir que hacía lo que quería hacer sin más miramientos, sólo con la ilusión del momento en que regalara esa tarta al día siguiente.


    Algunos iconos eran fáciles pero otros me llevaron su tiempo. Dediqué casi media hora a cada uno de ellos, pero estaba encantada, intentando hacerlos lo más parecidos posibles. Sólo contaba para ello con el cúter para alimentos y con mis propias manos. Sé que no quedaron perfectos pero el resultado final era bonito. Hice lo que pude, pero disfruté mucho haciéndolo. ¡Descubrí aplicaciones que hasta entonces no sabía que estaban ahí!  Me gustó mucho hacer, por ejemplo, esta margarita con fondo azul y blanco.

  
   Fui rellenando de iconos varias filas de la pnatalla y cada vez que pegaba uno con aquel brandy viejo que me dejó mi suegra, a quien debí contar alguna milonga por la que lo necesitaba, me parecía que quedaba más bonita.

   Ese 5 era el día de su cumpleaños. Muchos detalles los dibujé con rotuladores de tinta comestible, pero son muy difíciles de usar, no hay más que mirar esas dos corcheas que distan tanto de evidenciar que soy hija de músico...si mi pobre padre las hubiera visto...


 Hubo un icono que se hizo especial por todo el tiempo que me costó hacerlo. No conseguía los colores e invertí un buen rato en su preparación. Este fue el resultado y así quedó después junto a los demás.                                         

  
¡El ipad iba tomando forma!



Ya sólo quedaba poner la manzanita. La llevaba fotocopiada en varios tamaños, era sólo cuestión de recortarla en papel y usarla como plantilla para recortar el fondant negro alisado. ¡Ningún tamaño valía! Tuve que reducirla 2 veces a mano, cuidando que la forma quedara igual de proporcionada. Lo que pensaba no tendría complicación alguna y me llevaría un minuto, me costó mucho más tiempo y algo de despesperación, pues ya iban a ser las siete de la mañana y entraban decididos los implacables rayos de sol del verano. Y quizá por la fuerza de estos, a  pesar de mi disfrute, se me empezaban a a cerrar los ojos y me moría de ganas de verla terminada. Al fin logré pegarla y lo cierto es que la manzanita contribuía notablemente a mejorar el resultado.



Y así quedó mi ipad comestible. Lo cierto es que quedó pintón. Incluso diría que se veía más bonito que en las fotos, pero eso debe ser amor de creadora. 



  
    Cuando se lo di a mi suegra tardó un tiempo en reaccionar y ver que era una tarta. Pero cuando se dio cuenta, sé que le encantó. Y ese fue el momento perfecto, pues una tarta no puede devolver el cariño, la comprensión y la complicidad que yo siempre he recibido de ella pero en cada uno de esos iconos en los que tanto tiempo invertí, iba además del fondant un poquito del enorme agradecimiento que le debo a mi suegra por todo lo que siempre me ha dado. Y sé que a pesar de que entre mis sobrinos e hijos desaparecieran  todos ellos en menos de cinco minutos destrozando un poquito mi alma con cada uno de sus pequeños mordiscos, quedó aquel día flotando en el ambiente un dulce olor a fondant. Ese fondant que modelé dejando impregnados en él  pequeños y queridos trocitos de mi vida. Y es que Mº Angeles forma una parte especial de ella y sé que sabe que la quiero pero me pareció que era bonito decírselo en una tarta. Y si hubiera existido un icono para una aplicación de cariño habría sido el más importante del pastel y no habría dejado que se lo comieran nuestros niños, lo habría guardado en uno de los cajones de su mesilla para que a ella nunca se le olvide. y que sepa así que aunque las suegras no se eligen, a mí me tocó, sin duda, la mejor que podía imaginar.




miércoles, 10 de abril de 2013

7- ¡DE VACACIONES!

    No sé si es que yo soy una niña mimada o es porque mi trabajo siempre me ha obsequiado con unas largas vacaciones, pero no hay para mí una sensación más placentera que la emoción que vivo los días previos a la llegada de las ansiadas vacaciones de verano. Y aunque, como ya he dicho, las mías son muy largas, en realidad las vacaciones no empiezan realmente ¡hasta que no te vas a la playa! 
    Un fin de semana de julio se nos ocurrió a mis hermanas y a mí juntar a toda la familia para hacer una comida de despedida, pues cada uno marchaba antes o después a sus respectivos destinos de vacaciones.
    Entonces se me ocurrió. En aquel libro que os comenté de mi prima la de Irlanda había una tarta de maletas que me dejó impresionada. Y como yo no me pienso dos veces hacer lo que de pronto se me mete entre ceja y ceja decidí ponerme a hacer mi tarta de maletas. ¿Qué mayor muestra de espíritu vacacional?

   
   Tuve que hacer 4 bizcochos y aún así me quedó mucho más fina de lo que debería. En realidad, en el modelo del libro no se veían dos maletas como al final se apreciaban en mi tartas, sino una maleta y un maletín, pero fui incapaz de conseguir ese aspecto.
   Era una tarta fácil: forrar dos rectángulos con fondant rojo y hacer las asas y los bordes con fondant blanco más unos pequeños cierres de color gris. Lo único complicado fue conseguir que esas asas tan pesadas no se cayeran, para lo que tuve que esmerarme en conseguir enganchar cada asa al macizo del bizcocho a través de muchas pajitas. 
   Quedó bonita, aunque si la hiciera ahora me saldría mucho mejor, conseguiría el volumen que necesitaba y daría a los cierres un aspecto de costura rematada que las haría mucho más reales, gracias a las herramientas de las que ahora dispongo, pero eso es precisamente lo que tiene ir aprendiendo poco a poco.
   Hacer esa tarta fue una celebración absoluta pero cuando todos la vieron a los postres se transformó en una eplosión de alegría. La tarta era monísima, pero su significado era delicioso, el de una gran emoción compartida por todos. 

  Le puse flores y mariposas veraniegas revoloteando alrededor de las maletas. En realidad me hacía ilusión estrenar esos moldes de mariposas que dan un resultado tan bonito y no pude contenerme y pegar algunas como viajeras improvisadas sobre ellas. Escribí un "Feliz verano" con un tubo de icing gel que me regalaron junto a otros tres de diferentes colores pero que no me convencen, pues es muy dificil escribir con ellos. Tampoco tenía en aquel momento los moldes de letras que tanto juego me han dado en tartas posteriores. Añadí también unas flores que no pegaban nada, pero una vez hechas, me dio pena tirarlas...

  
    ¡La vida sin horario! ¡El soñado descanso! ¡El viaje prometedor hacia un sol infinito! La sensación de creer que durante unos días somos nosotros quienes disponemos del ritmo de nuestras vidas y bailamos a nuestro son y no al de otros... Visto desde la distancia, inmersa en amargos madrugones y en plena vorágine laboral, de la que aún debo dar gracias, creo que el sabor de las vacaciones es más dulce que el de cualquiera de mis tartas. Pero cada pequeño trozo de esas dos maletas nos supo a todos a pura gloria. Y aunque escasas de ropa, fueron el equipaje perfecto para emprender al fin nuestros respectivos viajes.