jueves, 18 de julio de 2013

10- SIQUIERA DOS O TRES NOTAS...

   Cuando mi hermano toca el timbre de la puerta de nuestra antigua casa,  Elena se aferra a él y esconde su carita  en la curvatura de su cuello, que la acoge, protector y cómplice. Es un timbre de esos viejos, redondo y negro, con un círculo menor en el centro de color burdeos que al presionarlo produce la llamada. Aún puedo escuchar ese sonido con total nitidez si me lo propongo y en algunos momentos puedo sentirlo tan intenso que me hace ensordecer y quedar atrapada durante un instante en mis más tiernos recuerdos. La puerta es enorme, una puerta señorona y de mucho peso, como todo lo que guarda a buen recaudo tras su funda acolchada a rombos de color beige clarito, rematada por millones de chinchetas doradas que la bordean sujetándola. Al abrirse deja ver un recibidor muy amplio y 4 o 5 personas que siempre están ahí recibiendo al que llega. Esa puerta protectora, tras la cual se esconde mi pasado y mi persona. Cuando al fin se abre, Elena se abraza a mi hermano con brazos y piernas y  hunde aún más su cabeza, en un intento desesperado por hacerse invisible y no ser descubierta. Es muy morena y lleva el pelo liso y cortito, a melenita. Tiene unos ojos oscuros divinos que ya, a sus cuatro años, transmiten una fuerza intensa y presagian la bella mujer en que se convertirá un día. Y mi hermano entra diciendo: "Dejadla tranquila", "dadle tiempo"... y avanza con ella en sus brazos por el largo pasillo de techos infinitos hacia el salón... Pero todo esto pertenece al archivo de mi memoria. Quién diría entonces que ahora Elena, a sus veinte años,  es una chica decidida y resuelta, capaz de mostrarse abiertamente y con valentía a todo lo que se oculte detrás de cada una de las puertas, señoronas o no, que uno debe ir abriendo poco a poco a lo largo de la vida. 
   Y la que le tocaba abrir ahora suponía para Elena una aventura responsable y meditada, pero a la vez , muy apetecible y soñada. Para sus padres significaba la mejor opción posible y a la vez una enorme tristeza, maquillada como en tantas ocasiones con esa frase tan sufrida de "es por su bien", un regalo de vida en el que han entregado también una parte de la suya... 
    Y es que se iba a Londres a estudiar su carrera. Elena es muy inteligente y muy trabajadora, conceptos habitualmente excluyentes, y  está preparada para afrontar unos estudios difíciles gracias a su esfuerzo y su constancia. Y allí nos encontrábamos toda su familia, en su casa, una noche de Julio, dispuestos a hacer una bonita cena de despedida en la que se repitió tantas veces la palabra "suerte".  Y decidí que una ocasión así merecía una tarta de su tía Cristina.  No sabía muy bien el diseño y recurrí como tantas veces a internet y puse "imágenes de Londres" y allí estaba, un autobús de dos pisos que me pareció divertido. ¡Y empecé a modelar!




   En realidad era un diseño fácil y no me llevó mucho tiempo. Inspirada por la fotografía, forré el bizcocho de fondant rojo y comencé a recortar ventanitas grises. Puse las franjas blancas y entonces me topé con la bandera... ¡Tres banderas hasta que conseguí la definitiva! Como en tantas ocasiones, los detalles que más fáciles parecen son los que me llevan más tiempo. Al fin deduje en qué orden debía ir poniendo las tiras de cada color para que resultara una auténtica bandera británica.


   Y por último, en vez de la publicidad que portaba el autobús de mi fotografía, me gustó la idea de desearle a Elena esa buena suerte con palabras de fondant, que siempre son más suaves y sobre todo, más dulces... Hice las letras de London con los moldes de mayúsculas, recortando trozos sobrantes y escribí con un tubito de gel blanco la palabra "buses". El resultado fue muy bonito, era una tarta bonita, una de esas con las que quedé completamente satisfecha. Había conseguido hacer un buen regalo para Elena. 
   Sin duda, fue una de las tartas más admiradas por mi familia. Sé que a Elena y a su madre, mi cuñada Begoña, les encantó y con eso di por buenas mis horas de trabajo, que van siempre cargadas de ilusión y por eso cuestan menos. Claro, cuando de público se tiene a la familia, es imposible fracasar y además había un punto emocional flotando por encima del fondant que estuvo a punto de derretirlo a pesar de las avanzadas horas de la noche en que descubrimos la tarta.

   Elena estaba feliz. Emprendía con alegría este viaje y transmitía paz con su férrea seguridad en lo que hacía. Imagino, señor Serrat, que por el contrario, una melodía distinta merodeaba por la mente de mi hermano inundando todos sus sentidos. Ese "Qué va a ser de ti" que tantas veces él cantó en aquel salón tras aquella puerta enorme que era nuestra muralla familiar y que nos protegía de todo... Ahora que su pequeña le ha dicho que "en su alma y su piel se le borraron las pecas y su mundo de muñecas..." imagino que echa de menos sentirse protegido tras aquella puerta...Pero esa niña a la que le dio todo su amor, "amor sobre las rodillas..." es una mujer de hoy, preparada, lista, dispuesta a luchar por ella misma con entusiasmo y coraje y no hay motivo para canturrear lo de "Qué va a ser de ti lejos de casa..." aunque a veces, inevitablemente, alguna de sus notas, siquiera dos o tres, no puedan dejar de sonar en nuestras cabezas...



1 comentario:

  1. Jopeeeeeeeee.............estoy con el moco tendido hija, jaja...qué bonita historia...yo también puedo recordar perfectamente el sonido de aquel timbre, sobre todo, cuando volvía papá de trabajar que siempre lo hacía sonar tres veces haciendonos saber con toda seguridad que era él...

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